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Hace 192 años Casi matan a Sucre


  

Un Motín de un cuartel de la ciudad de Chuquisaca por poco ocasiona el magnicidio contra el Presidente de Bolivia.

La tensión en Colombia estaba al rojo vivo por las discrepancias  entre la oligarquía bogotana contrariando los procedimientos de Bolívar al suprimir la segunda Vice presidencia y con ella a Santander; otro movimiento insurreccional de características más sangrientas se registraría en la capital de Bolivia: el “motín de “Chuquisaca” (ciudad llamada hoy Sucre) o cuartelazo ocurrido el 18 de abril  que intentaba mancillar la historia del insigne Mariscal de Ayacucho en su empeño de deponer al Presidente de Bolivia Antonio José de Sucre.
Esa sorpresiva rebelión militar tenía conexión directa con una invasión proveniente del  Perú hacia territorio boliviano. La génesis del conflicto se originó con el alzamiento de la guardia de honor y la participación de un aprendiz de caudillo llamado Casimiro Olañeta, personaje de baja casta, hijo del oficial español Pedro Antonio Olañeta. El sujeto en cuestión visitaba cotidianamente al héroe de Cumaná ofreciéndole su respaldo, lealtad en repetidos actos de adulancia  para luego ir a hacer lo propio ante los jefes realistas.
Los ataques no eran solo de sectores poderosos locales, la ponzoña anti boliviana tenía incluso raíces con la capital, desde donde partidarios de Santander guarecidos en el Congreso  trataban de despojar al Libertador como Jefe militar de la República.
Enterado de la traición, Sucre ordenó a todos sus edecanes y al Jefe de policía Coronel Alarcón organizarse para la recuperación de la instalación militar alzada El mismo Presidente de la República encabezó el batallón en marcha hacia el  lugar del complot. Al posarse frente al cuartel de la revuelta, desde su caballo llamó al orden a los soldados sediciosos recibiendo como respuesta una descarga de plomo de artillería sobre su humanidad mientras una de esas balas destrozaba su brazo derecho sin que le impidiera  seguir combatiendo.
Uno de sus ayudantes, el Comandante Escalona al verlo ensangrentado clavó su lanza en el pecho del atrevido soldado que causara la herida, sin embargo, otro fuego cruzado fractura también el brazo derecho de Escalona quien a pesar de la herida, embistió contra su agresor matándole instantáneamente.
La sangre manaba intensamente del brazo del Presidente al enterrar las espuelas a su caballo en intenso galope rumbo al Palacio de gobierno. La fuerte cabalgata del noble animal obligó a su jinete usar su brazo herido bañado en sangre tratando de contener la carrera.
Los esfuerzos del Jefe del estado no lograron controlar el trote del corcel. En el trayecto hacia la casa de gobierno, Sucre para apoyarse y no caer del  caballo colocó su mano bañada en sangre en una de las columnas del palacio presidencial dejándola impresa en la en el lugar que sirve hoy de asiento al Congreso de Bolivia.
“He aquí la mano del Padre de Bolivia, su Primer Presidente a quien la alevosía y la traición intentaron inmolar”, dice una inscripción que los diputados ordenaron en un cuadro de cristal con la huella ensangrentada del cumanés.
Mujeres, hombres de todas las edades se apersonaron a los cuarteles y a los edificios policiales solicitando armas para la defensa del gobierno sólido del Mariscal. Registró un estado de consternación e indignación en la población por los sucesos del cuartel. Diversos representantes de las capas sociales de la ciudad no encontraban explicación por los hechos ocurridos.
Un testigo de los hechos, secretario personal de Sucre, José María Rey de Castro escribió sobre aquellos acontecimientos posteriormente: “La noticia había consternado a toda la ciudad. El pueblo lejos de simpatizar con los revoltosos, reprochaba la conducta con marcado desdén”.
Desde su lecho de enfermo Sucre mostraba su inconformidad con el reposo dictaminado por los médicos. Su mente no aceptaba aquella situación por cuanto  su gobierno había servido con la mayor probidad. Esos pensamientos le condujeron a la conclusión que debía dejar la presidencia de la República.
Unos amigos sugirieron sacarlo de la habitación de palacio para evitar ocasionales agresiones a su personalidad. Una y otra vez Sucre se negó aunque al final accedió a ser trasladado a un colegio de seminaristas ubicado cerca de su reclusión pero presumiendo una nueva traición pidió a sus ayudantes  le llevaran otra vez a palacio. El Mariscal quería estar al frente de todos los acontecimientos. Durante varios días hubo desordenes  en Chuquisaca, finalmente de manera progresiva se fueron aquietando los ánimos aunque la población continuaba en las calles en apoyo al Presidente.
Al día siguiente se presentó en tono desafiante en el teatro de los acontecimientos el Prefecto de Potosí coronel Francisco López para defender al gobierno de Sucre, mientras esto ocurría en la capital de Bolivia, el sedicioso general peruano Agustín Gamarra,  estaba colocado al frente de un ejército numeroso con intenciones de invadir Bolivia desde la ciudad de Puno argumentando su respaldo al Presidente.
Aquel revoltoso jefe peruano era el mismo que bajo las órdenes del Mariscal formó parte de la oficialidad combativa en la batalla de Ayacucho, sin embargo su desempeño fue duramente cuestionado por algunos  después de la importante victoria.
Uno de los cuestionamientos hechos al gobierno de Sucre  era la condición de extranjero que se le enrostraba tratando de empañar el ejercicio de su presidencia, circunstancia aprovechada por Gamarra para anunciar que su intervención en el territorio de Bolivia se debía a solicitud de los pobladores ecuatorianos
Al responder una comunicación del oficial peruano en el mismo mes de Mayo de 1828 hace Sucre aseveraciones  concretas, impecables, respecto su firme de evitar a toda costa una mancha como la guerra entre hermanos que pretendían los soldados peruanos de Gamarra y Santa Cruz:
Dice Ud. que ha sido llamado por algunos bolivianos pero el hecho de llamar extranjero no muestra patriotismo  sino un alma envilecida por bajas pasiones”-...Preferiría mil muertes antes que por mí  se introdujese en la América el ominoso derecho del más fuerte. Que ningún pueblo americano de el abominable  de intervención y mucho menos de hacer irrupciones tártaras
Se inicia de esta manera la concreción la ambición del gobierno peruano: de invadir descarada e injustificable al territorio. La envidia, flagelo que invade a los seres humanos cuando quieren entronizan en el poder perforó  a Santa Cruz y Gamarra. Los dos oficiales coincidían en los odios a Bolívar y Sucre.
Gamarra animadversaba a Sucre porque éste  no hizo alusión a su nombre entre los grandes héroes de la batalla de Pichincha. Su rabia contra  Bolívar  tenía otra vaguedad El Libertador “había enamorado a su esposa”, según la confesión de ella misma, en el fondo, no existían elementos justificantes para anteponer intereses personales a los que requería la Patria.
Los resentimientos de Santa Cruz contra Sucre por otra parte se  fundamentaban en su derrota que sufriera cuando aspiró la reelección en la presidencia de Perú, pero el Congreso rechazó su candidatura. Esta humillación la atribuyó el jefe del estado peruano a la influencia ejercida por el Mariscal durante el proceso de electoral.
Desde Perú  el Presidente Santa Cruz apoyaba la actuación del general Gamarra en Bolivia. Todo parecía indicar que habían acordado adelantar estas operaciones contra los `postulados del Libertador.
El escritor peruano Mariano Paz Soldán, citado por Rumazo González, manifiesta:
Santa Cruz estaba poseído  de odio o envidia contra el héroe de Ayacucho y nunca desperdició ocasión para desprestigiarlo intentando necesariamente opacarlo. Gamarra por su parte, abrigaba también profundo resentimiento y emulación con Sucre, sus glorias y méritos.
Vicente Lecuna dice que Santa Cruz “era cobarde”; va más allá el escritor venezolano cuando asegura que Santa Cruz en Pichincha abandonó el campo de batalla y regresó después que todo estaba concluido, por su parte Gamarra pensaba que la guerra contra Colombia permitiría satisfacer sus deseos de ser presidente de la República.
El héroe de Ayacucho analizó la situación sobre los alrededores de Bolivia. Presumía que la actitud de Gamarra se conectaba con lo acontecido en Chuquisaca, decidió romper todo nexo de afinidad con el general peruano. Después de recibir amenazadora comunicación en Mayo de 1828 escribió señalamientos concretos al respecto. Reiteró su firme posición para evitar a toda costa una lucha entre hermanos del mismo territorio: “Preferiría mil muertes antes que por mí  se introdujese en la América el ominoso derecho del más fuerte.”.
La confrontación dejó el saldo de la victoria para el general Gamarra plasmada en el tratado de Piquiza” que obligaba a Sucre dejar la presidencia de la República. Este tratado fue ratificado por el Congreso de Chuquisaca en agosto del año 1828.
Gamarra y Sucre firman el llamado “Tratado de Piquiza”  una  ciudad boliviana en el que se obliga a Sucre a renunciar al cargo de Presidente de Bolivia e irse a Ecuador. Este tratado fue ratificado por el Congreso de Chuquisaca con fecha 6 de julio poniendo fin a la guerra Bolivia-Perú
El cumanés aprovechó para redactar arduamente la preparación de su mensaje al Congreso de Bolivia. Había resumido los pormenores de su admirable gestión. Quería mostrar su obra imperecedera en la historia de aquella nación que nació bajo la rectoría de su propia personalidad.



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