Un Motín de un cuartel de la ciudad de Chuquisaca por poco ocasiona el
magnicidio contra el Presidente de Bolivia.
La tensión en Colombia estaba al
rojo vivo por las discrepancias entre la
oligarquía bogotana contrariando los procedimientos de Bolívar al suprimir la
segunda Vice presidencia y con ella a Santander; otro movimiento insurreccional
de características más sangrientas se registraría en la capital de Bolivia: el
“motín de “Chuquisaca” (ciudad llamada hoy Sucre) o cuartelazo ocurrido el 18
de abril que intentaba mancillar la
historia del insigne Mariscal de Ayacucho en su empeño de deponer al Presidente
de Bolivia Antonio José de Sucre.
Esa sorpresiva rebelión militar
tenía conexión directa con una invasión proveniente del Perú hacia territorio boliviano. La génesis
del conflicto se originó con el alzamiento de la guardia de honor y la
participación de un aprendiz de caudillo llamado Casimiro Olañeta, personaje de
baja casta, hijo del oficial español Pedro Antonio Olañeta. El sujeto en
cuestión visitaba cotidianamente al héroe de Cumaná ofreciéndole su respaldo,
lealtad en repetidos actos de adulancia
para luego ir a hacer lo propio ante los jefes realistas.
Los
ataques no eran solo de sectores poderosos locales, la ponzoña anti boliviana
tenía incluso raíces con la capital, desde donde partidarios de Santander
guarecidos en el Congreso trataban de despojar
al Libertador como Jefe militar de la República.
Enterado de la traición, Sucre
ordenó a todos sus edecanes y al Jefe de policía Coronel Alarcón organizarse
para la recuperación de la instalación militar alzada El mismo Presidente de la
República encabezó el batallón en marcha hacia el lugar del complot. Al posarse frente al
cuartel de la revuelta, desde su caballo llamó al orden a los soldados
sediciosos recibiendo como respuesta una descarga de plomo de artillería sobre
su humanidad mientras una de esas balas destrozaba su brazo derecho sin que le
impidiera seguir combatiendo.
Uno de sus ayudantes, el
Comandante Escalona al verlo ensangrentado clavó su lanza en el pecho del
atrevido soldado que causara la herida, sin embargo, otro fuego cruzado
fractura también el brazo derecho de Escalona quien a pesar de la herida,
embistió contra su agresor matándole instantáneamente.
La sangre manaba intensamente del
brazo del Presidente al enterrar las espuelas a su caballo en intenso galope
rumbo al Palacio de gobierno. La fuerte cabalgata del noble animal obligó a su
jinete usar su brazo herido bañado en sangre tratando de contener la carrera.
Los esfuerzos del Jefe del estado
no lograron controlar el trote del corcel. En el trayecto hacia la casa de
gobierno, Sucre para apoyarse y no caer del
caballo colocó su mano bañada en sangre en una de las columnas del
palacio presidencial dejándola impresa en la en el lugar que sirve hoy de
asiento al Congreso de Bolivia.
“He aquí la mano del Padre de Bolivia, su Primer Presidente a quien la
alevosía y la traición intentaron inmolar”, dice una
inscripción que los diputados ordenaron en un cuadro de cristal con la huella
ensangrentada del cumanés.
Mujeres, hombres de todas las
edades se apersonaron a los cuarteles y a los edificios policiales solicitando
armas para la defensa del gobierno sólido del Mariscal. Registró un estado de consternación
e indignación en la población por los sucesos del cuartel. Diversos
representantes de las capas sociales de la ciudad no encontraban explicación
por los hechos ocurridos.
Un testigo de los
hechos, secretario personal de Sucre, José María Rey de Castro escribió sobre
aquellos acontecimientos posteriormente: “La
noticia había
consternado a toda la ciudad. El pueblo lejos de simpatizar con los revoltosos,
reprochaba la conducta con marcado desdén”.
Desde su lecho de enfermo Sucre
mostraba su inconformidad con el reposo dictaminado por los médicos. Su mente
no aceptaba aquella situación por cuanto
su gobierno había servido con la mayor probidad. Esos pensamientos le
condujeron a la conclusión que debía dejar la presidencia de la República.
Unos amigos sugirieron sacarlo de
la habitación de palacio para evitar ocasionales agresiones a su personalidad.
Una y otra vez Sucre se negó aunque al final accedió a ser trasladado a un
colegio de seminaristas ubicado cerca de su reclusión pero presumiendo una
nueva traición pidió a sus ayudantes le
llevaran otra vez a palacio. El Mariscal quería estar al frente de todos los
acontecimientos. Durante varios días hubo desordenes en Chuquisaca, finalmente de manera
progresiva se fueron aquietando los ánimos aunque la población continuaba en
las calles en apoyo al Presidente.
Al día siguiente se presentó en
tono desafiante en el teatro de los acontecimientos el Prefecto de Potosí
coronel Francisco López para defender al gobierno de Sucre, mientras esto
ocurría en la capital de Bolivia, el sedicioso general peruano Agustín
Gamarra, estaba colocado al frente de un
ejército numeroso con intenciones de invadir Bolivia desde la ciudad de Puno
argumentando su respaldo al Presidente.
Aquel revoltoso jefe peruano era
el mismo que bajo las órdenes del Mariscal formó parte de la oficialidad
combativa en la batalla de Ayacucho, sin embargo su desempeño fue duramente
cuestionado por algunos después de la
importante victoria.
Uno de los cuestionamientos
hechos al gobierno de Sucre era la
condición de extranjero que se le enrostraba tratando de empañar el ejercicio
de su presidencia, circunstancia aprovechada por Gamarra para anunciar que su
intervención en el territorio de Bolivia se debía a solicitud de los pobladores
ecuatorianos
Al responder una comunicación del
oficial peruano en el mismo mes de Mayo de 1828 hace Sucre aseveraciones concretas, impecables, respecto su firme de
evitar a toda costa una mancha como la guerra entre hermanos que pretendían los
soldados peruanos de Gamarra y Santa Cruz:
Dice Ud. que ha sido llamado por algunos bolivianos pero el hecho de llamar
extranjero no muestra patriotismo sino
un alma envilecida por bajas pasiones”-...Preferiría mil muertes antes que por
mí se introdujese en la América el
ominoso derecho del más fuerte. Que ningún pueblo americano de el
abominable de intervención y mucho menos
de hacer irrupciones tártaras
Se inicia de esta manera la
concreción la ambición del gobierno peruano: de invadir descarada e
injustificable al territorio. La envidia, flagelo que invade a los seres
humanos cuando quieren entronizan en el poder perforó a Santa Cruz y Gamarra. Los dos oficiales
coincidían en los odios a Bolívar y Sucre.
Gamarra animadversaba a Sucre
porque éste no hizo alusión a su nombre
entre los grandes héroes de la batalla de Pichincha. Su rabia contra Bolívar
tenía otra vaguedad El Libertador “había
enamorado a su esposa”, según la confesión de ella misma, en el fondo, no
existían elementos justificantes para anteponer intereses personales a los que
requería la Patria.
Los resentimientos de Santa Cruz
contra Sucre por otra parte se fundamentaban en su derrota que sufriera
cuando aspiró la reelección en la presidencia de Perú, pero el Congreso rechazó
su candidatura. Esta humillación la atribuyó el jefe del estado peruano a la
influencia ejercida por el Mariscal durante el proceso de electoral.
Desde Perú el Presidente Santa Cruz apoyaba la actuación
del general Gamarra en Bolivia. Todo parecía indicar que habían acordado
adelantar estas operaciones contra los `postulados del Libertador.
El escritor peruano Mariano Paz
Soldán, citado por Rumazo González, manifiesta:
“Santa Cruz estaba poseído de
odio o envidia contra el héroe de Ayacucho y nunca desperdició ocasión para
desprestigiarlo intentando necesariamente opacarlo. Gamarra por su parte,
abrigaba también profundo resentimiento y emulación con Sucre, sus glorias y
méritos.
Vicente Lecuna dice que Santa
Cruz “era cobarde”; va más allá el
escritor venezolano cuando asegura que Santa Cruz en Pichincha abandonó el
campo de batalla y regresó después que todo estaba concluido, por su parte Gamarra
pensaba que la guerra contra Colombia permitiría satisfacer sus deseos de ser presidente
de la República.
El héroe de Ayacucho analizó la
situación sobre los alrededores de Bolivia. Presumía que la actitud de Gamarra
se conectaba con lo acontecido en Chuquisaca, decidió romper todo nexo de
afinidad con el general peruano. Después de recibir amenazadora comunicación en
Mayo de 1828 escribió señalamientos concretos al respecto. Reiteró su firme
posición para evitar a toda costa una lucha entre hermanos del mismo
territorio: “Preferiría mil muertes antes que
por mí se introdujese en la América el
ominoso derecho del más fuerte.”.
La confrontación dejó el saldo de
la victoria para el general Gamarra plasmada en el tratado de Piquiza” que
obligaba a Sucre dejar la presidencia de la República. Este tratado fue
ratificado por el Congreso de Chuquisaca en agosto del año 1828.
Gamarra y Sucre
firman el llamado “Tratado de Piquiza”
una ciudad boliviana en el que se
obliga a Sucre a renunciar al cargo de Presidente de Bolivia e irse a Ecuador.
Este tratado fue ratificado por el Congreso de Chuquisaca con fecha 6 de julio
poniendo fin a la guerra Bolivia-Perú
El cumanés aprovechó para redactar arduamente
la preparación de su mensaje al Congreso de Bolivia. Había resumido los
pormenores de su admirable gestión. Quería mostrar su obra imperecedera en la
historia de aquella nación que nació bajo la rectoría de su propia
personalidad.
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